DESIERTO
El desierto aparece en la Biblia como lugar de desolación y como ámbito privilegiado para el en cuentro con Dios. Conduce a la tierra prometida, de igual modo que la Cuaresma conduce hacia la Pascua.
El desierto aparece en la Biblia como lugar de desolación y como ámbito privilegiado para el en cuentro con Dios. Conduce a la tierra prometida, de igual modo que la Cuaresma conduce hacia la Pascua.
El desierto en al A.T. es una realidad polivalente. Por una parte es lugar de la desolación, un lugar peligroso, dominio de las fuerzas del mal (Dt 8, 15; Nm 21, 4-9; Is 30, 6).
No sólo la realidad natural de las zonas desérticas, sino también el producto de la devastación, la destrucción, interpretada como fruto del alejamiento de Dios (Is 6, 11; 54, 3; Jer 4, 7; Ez 26, 19) y triunfo de los poderos demoníacos. De ahí que sea incluso imagen del reino de los muertos (Ez 26, 20). Y si es cierto que Israel encontrará finalmente su salvación en el desierto (Es 34, 25; Os 2, 16), esto se realiza bajo la forma de triunfo sobre el desierto, convertido en tierra de cultivo, a la que afluyen las aguas, sobre la que se trazan caminos, tierra reedificada (i.e. 32, 15ss; 40, 3; 41, 18; 43, 19).
Por otro lado, el desierto es un ámbito sagrado, en el que tiene lugar diversas teofanías, como la de la zarza ardiente (Ex 3, 1ss), la entrega de las tablas de la Ley (Ex 19) o la aparición a Elías (1Re 19, 11-18). De hecho la peregrinación de Israel por el desierto durante 40 años es valorada como época de una gran cercanía de Dios con su pueblo (Os 9, 10) en medio de las pruebas y la infidelidad de este (Sal 77 / 78, 17, 40; 94 / 95, 7, 11; 105 / 106, 13 Es 20). Así, las esperanzas de salvación futura apareen ligadas al ámbito del desierto (i.e. 40, 3) texto que fundamenta la permanencia en el desierto de los esenios de Querrán y del que partirá la predicación de Juan Bautista.
Jesús se ha presentado como el nuevo Moisés, guía de su pueblo (Hch 3, 22), habrá de ir a Egipto y desde allí ser llamado por Dios (Mt 2). Al comienzo de su ministerio público, tras el bautismo y ser proclamado el Hijo amado del Padre, Jesús derrota al demonio (MC 1, 12s)…
También para los primeros cristianos, el desierto continuará siendo el lugar privilegiado para las apariciones (Ap 17, 3; Hch 8, 26). Pero también el desierto es un lugar habitado por demonios (Mt 12, 43; Lc 11, 24; Mª 1, 12s; Hch 1, 18-20; por lo que constituye una peligrosa amenaza.
EN SÍNTESIS podemos decir que el desierto aparece en la Biblia como una realidad peligrosa, negativa y hasta diabólica, que, paradójicamente, constituye un ámbito privilegiado del encuentro con Dios.
ES DIOS QUE LLAMA AL DESIERTO
Ni Abraham, ni Israel, ni Jesús van al desierto por propia iniciativa. Es siempre Dios quien, tras una llamada, una vocación, les conduce al desierto. No es una estación de término no es una opción de vida. es muy bien la situación en que queda el hombre tras el primer deslumbramiento ante la manifestación de Dios…no se trata de una estación de término ni de una elección del llamado, ni se trata de una huída del mundo urbano, como si en el fuera imposible la comunicación con Dio. De hecho en medio del gentío, en la ciudad, se ha realizado el primer encuentro…
La soledad del desierto no se explica desde si misma, sino que se da en función de una convivencia nueva en el seno del pueblo.
“TIEMPO PRIVILEGIADO DE DESIERTO”
Todos tenemos experiencias de la aridez en medio de la que hemos de vivir tantas veces la experiencia de Dios. Pero seríamos ilusos y no respetaríamos la absoluta libertad y soberanía de Dios si quisiéramos construir nosotros la experiencia, como ocurre en el tiempo de cuaresma, retiros, ejercicios espirituales. De ningún modo podemos plantear estos momentos como una huida ilusorio, falsamente llama espiritual, en contraposición con la vida ordinaria, lugar de la lejanía de Dios.
En la realidad de la vida, esta es de hecho el desierto cuya travesía se acrisola la percepción privilegiada de Dios que nos ha convocado a la fe. Mucho menos pretender forzar la manifestación de Dios, como si nuestra dedicación más intensa a la oración y a la escucha superan por parte de Dios una obligación de manifestarse, o mejor, de permitirnos percibir con mayor claridad su permanente manifestación.
Cuando nos ponemos en actitud de revivir el desierto, no podemos presentarnos ante el más como suplicantes, con la humilde actitud del “habla, Señor, que tu siervo escucha”, y con la suficiente disponibilidad como para seguir sus indicaciones si Él considerara el momento oportuno para manifestárnoslas. Como de ninguna forma podemos limitar su libertad considerando que este es el momento de la presencia de Dios, excluyendo así de su presencia el gran don permanente de sus manifestaciones en la vida ordinaria.
Un “tiempo privilegiado de desierto”, un tiempo especialmente dedicado al encuentro con Dios, solo puede ser un intento de revivir, de hacer explícita, de profundizar, la experiencia en el desierto secular de nuestra vida ordinaria.
Un tiempo para redescubrir el rostro de Dios en el fondo de todo, de un todo purificado, transfigurado por su llamada, su manifestación, su augusta presencia salvadora.
¿POR QUÉ EN EL DESIERTO?
Una fe madura cruzando el desierto, el lugar del aislamiento, del peligro, donde faltan razones externas para el entusiasmo, donde la dureza de la marcha y del ambiente se traducen en la tentación de abandonar el camino marcado:
- Los rodeos de Abraham.
- Las carencias que provocan las murmuraciones y rebeldías de Israel.
- Las tentaciones de Jesús. Son experiencias básicas.
Santa Teresa nos alecciona sobre cómo los momentos de consolación, de perfección emocional, casi sensible, de la presencia de Dios, no son sino luces en el camino que nos guían hacia el encuentro con Él, que nos habla con voz más clara cuando la sequedad y la ausencia de sentimiento nos lo presentan como la presencia de una ausencia, como el inasequible, como el trascendente. Se ha dicho que si Teresa de Jesús refleja en su obra una mística de luz. Juan de la Cruz es el místico poeta de la noche. Pues bien, el reformador del Carmelo ha expresado la necesidad del paso por el desierto y, el don divino que significa:
“Para venir a llegar un alma a la transformación sobrenatural…de todo se ha de vaciar; de manera que aunque más cosas sobrenaturales vaya teniendo, siempre se ha de quedar como desnuda de ellas y a oscuras como el ciego, arrimándose a la fe y tomándola por luz y guía, no arrimándose a cosas de las que entiende, gusta, siente ni imagina, porque todo aquello es tiniebla que la hará errar o detener, y la fe es sobre todo aquel entender, gustar y sentir; y si en esto no se ciega, quedándose a oscuras de ello totalmente, no viene a lo que es más, que es lo que señala la fe.”
EN EL DESIERTO
1- En el desierto Dios revela su verdadera identidad, su ser “totalmente Otro”…sin embargo presencia cercana, presencia de amor.
2- En el desierto Dios se muestra como el guía, el que conduce, sostiene y llama.
3- El hombre descubre la radicalidad de la entrega que se le exige, la confianza total en Aquel que guía a su pueblo, si, pero lo hace por un largo y peligroso camino que no parecería el más corto y lógico.
4- Sus caminos nos son nuestros caminos.
5- El pacto entre Dios y su pueblo cobra así densidad, realidad, entidad.
6- La aridez del desierto permite percibir la presencia de Dios que todo lo llena, la prueba, la lucha con las fuerzas del mal y el vacío de la nada, la oscuridad que provocan las permanentes murmuraciones del pueblo, su añoranza por las cebollas de Egipto.
7- La experiencia de las tentaciones del desierto, revelan al creyente quién es él delante de Dios que se le manifiesta, cual es su situación de debilidad, de fragilidad, cuánta es esa presencia salvadora, cuan poco se basa en el propio merecimiento el amor que Dios le muestra.
8- El creyente experimenta en el desierto su fragilidad, la debilidad de aquella primera decisión, entusiasta, de cruzar el reino de la muerte y la desolación si así lo pide Aquel que se la ha manifestado.
9- El hombre se descubre a sí mismo como pequeñez, pero una pequeñez amada.
10- En el desierto perciben los creyentes con más nitidez la naturaleza de la relación que ha establecido la libre y gratuita llamada de Dios.
11- El desierto es para Abraham y para Israel, una escuela de confianza en Dios.
12- Jesús permaneciendo 40 días con sus noches en la soledad del desierto, vive también él su condición frágil, vive las tentaciones de forma también paradigmática, que lo lleva a poner en Él toda su confianza. A cada sugerencia del diablo, Jesús contrapone el impertivo de una palabra bíblica.
13- El desierto conduce a la Tierra prometida, como la Cuaresma es un camino a la Pascua.
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