miércoles, 12 de octubre de 2011

Del discurso del Santo Padre Benedicto XVI durante las vísperas en la Cartuja de Serra San Bruno en Calabria (Italia) el 9 de octubre de 2011:





      "Fugitiva relinquere et aeterna captare": abandonar las realidades fugitivas e intentar aferrar lo eterno. En esta expresión de la carta que vuestro Fundador dirigió al Preboste de Reims, Rodolfo, se encierra el núcleo de vuestra espiritualidad (cfr Carta a Rodolfo, 13): el fuerte deseo de entrar en unión de vida con Dios, abandonando todo lo demás, todo aquello que impide esta comunión y dejándose aferrar por el inmenso amor de Dios para vivir sólo de este amor.


      Queridos Hermanos, vosotros habéis encontrado el tesoro escondido, la perla de gran valor (cfr Mt 13,44-46); habéis respondido con radicalidad a la invitación de Jesús: “Si quieres ser perfecto- le dijo Jesús- ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme" (Mt 19,21). Todo monasterio – masculino o femenino – es un oasis en el que, con la oración y la meditación, se excava incesantemente el pozo profundo del que tomar el “agua viva” para nuestra sed más profunda. Pero la Cartuja es un oasis especial, donde el silencio y la soledad son custodiados con particular cuidado, según la forma de vida iniciada por San Bruno y que ha permanecido sin cambios en el curso de los siglos. “Habito en el desierto con los hermanos”, es la frase sintética que escribía vuestro Fundador (Carta a Rodolfo, 4). La visita del Sucesor de Pedro a esta histórica Cartuja pretende confirmar no sólo a vosotros, que vivís aquí, sino a toda la Orden en su misión, de lo más actual y significativa en el mundo de hoy.


    El progreso técnico, especialmente en el campo de los transportes y de las comunicaciones, ha hecho la vida del hombre más confortable, pero también más agitada, a veces convulsa. Las ciudades son casi siempre ruidosas: raramente hay silencio en ellas, porque un ruido de fondo permanece siempre, en algunas zonas también de noche. En las últimas décadas, además, el desarrollo de los medios de comunicación ha difundido y amplificado un fenómeno que ya se perfilaba en los años sesenta: la virtualidad, que corre el riesgo de dominar sobre la realidad. Cada vez más, incluso sin darse cuenta, las personas están inmersas en una dimensión virtual a causa de mensajes audiovisuales que acompañan su vida de la mañana a la noche. Los más jóvenes, que han nacido ya en esta condición, parecen querer llenar de música y de imágenes cada momento vacío, casi por el miedo de sentir, precisamente, este vacío. Se trata de una tendencia que siempre ha existido, especialmente entre los jóvenes y en los contextos urbanos más desarrollados, pero hoy ha alcanzado un nivel tal que se habla de mutación antropológica. Algunas personas ya no son capaces de quedarse durante mucho rato en silencio y en soledad.

   He querido aludir a esta condición sociocultural, porque ésta pone de relieve el carisma específico de la Cartuja, como un don precioso para la Iglesia y para el mundo, un don que contiene un mensaje profundo para nuestra vida y para toda la humanidad. Lo resumiría así: retirándose en el silencio y en la soledad, el hombre, por así decirlo, se “expone” a la realidad de su desnudez, se expone a ese aparente “vacío” que señalaba antes, para experimentar en cambio la Plenitud, la Presencia de Dios, de la Realidad más real que exista, y que está más allá de la dimensión sensible. Es una Presencia perceptible en toda criatura: en el aire que respiramos, en la luz que vemos y que nos calienta, en la hierba, en las piedras... Dios, Creator omnium, atraviesa todo, pero está más allá, y precisamente por esto es el fundamento de todo. El monje, dejando todo, por así decirlo, “se arriesga”, se expone a la soledad y al silencio para no vivir de otra cosa más que de lo esencial, y precisamente viviendo de lo esencial encuentra también una profunda comunión con los hermanos, con cada hombre.


     Llegar a ser monjes requiere tiempo, ejercicio, paciencia, “en una perseverante vigilancia divina – como afirmaba San Bruno – esperando el regreso del Señor para abrirle inmediatamente la puerta" (Carta a Rodolfo, 4); y precisamente en esto consiste la belleza de toda vocación en la Iglesia: dar tiempo a Dios de actuar con su Espíritu y a la propia humanidad de formarse, de crecer según la medida de la madurez de Cristo, en ese particular estado de vida. En Cristo está el todo, la plenitud; necesitamos tiempo para hacer nuestra una de las dimensiones de su misterio. Podríamos decir que éste es un camino de transformación en el que se realiza y se manifiesta el misterio de la Resurrección de Cristo en nosotros, misterio al que nos ha remitido esta tarde la Palabra de Dios en la lectura bíblica, tomada de la Carta a los Romanos: el Espíritu Santo, que resucitó a Jesús de entre los muertos, y que dará la vida también a nuestros cuerpos mortales (cfr Rm 8,11), es Aquel que realiza también nuestra configuración a Cristo según la vocación de cada uno, un camino que discurre desde la fuente bautismal hasta la muerte, paso hacia la casa del Padre. A veces, a los ojos del mundo, parece imposible permanecer durante toda la vida en un monasterio, pero en realidad toda una vida es apenas suficiente para entrar en esta unión con Dios, en esa Realidad esencial y profunda que es Jesucristo.


   ¡Por esto he venido aquí, queridos Hermanos que formáis la Comunidad cartuja de Serra San Bruno! Para deciros que la Iglesia os necesita, y que vosotros necesitáis a la Iglesia. Vuestro lugar no es marginal: ninguna vocación es marginal en el Pueblo de Dios: somos un único cuerpo, en el que cada miembro es importante y tiene la misma dignidad, y es inseparable del todo. También vosotros, que vivís en un aislamiento voluntario, estáis en realidad en el corazón de la Iglesia, y hacéis correr por sus venas la sangre pura de la contemplación y del amor de Dios.




  Stat Crux dum volvitur orbis – así reza vuestro lema. La Cruz de Cristo es el punto firme, en medio de los cambios y de las vicisitudes del mundo. La vida en una Cartuja participa de la estabilidad de la Cruz, que es la de Dios, de su amor fiel. Permaneciendo firmemente unidos a Cristo, como sarmientos a la Vid, también vosotros, Hermanos Cartujos, estáis asociados a su misterio de salvación, como la Virgen María, que junto a la Cruz stabat, unida al Hijo en la misma oblación de amor. Así, como María y junto con ella, también vosotros estáis insertos profundamente en el misterio de la Iglesia, sacramento de unión de los hombres con Dios y entre sí. En esto vosotros estáis también singularmente cercanos a mi ministerio. Vele por tanto sobre nosotros la Madre Santísima de la Iglesia, y que el Santo Padre Bruno bendiga siempre desde el Cielo a vuestra Comunidad.

2 comentarios:

  1. Maravillosamente. Demos gracias al Santo Padre por esta visita. Este es un gran reconocimiento.
    Y felicitaciones por este hermoso sitio web.

    ResponderEliminar
  2. Profundo y muy real el discurso. Vosotros contemplativos/as sois el para rayos de la Iglesia.
    ¡Muchas gracias Bruno por haberlo compartido!
    Doy gracias a Dios por Ustedes, y me encomiendo a sus oraciones.
    Dios le bendiga.

    ResponderEliminar