lunes, 27 de diciembre de 2010

APOTEGMAS III




1. El abad Juan decía a sus discípulos: “Los padres comiendo sólo pan y sal, se hicieron fuertes en la obra de Dios, mientras se afligían en sí mismos; mortifiquémonos por tanto nosotros en el pan y la sal. Conviene que los que sirven a Dios se mortifiquen en esas cosas, pues el Señor dijo: “Qué estrecho y qué angosto es el camino que lleva a la Vida!” (Mt 7, 14 ).



2. Un hermano preguntó al mismo anciano: Para qué sirven los ayunos y vigilias que hacemos? Y respondió: “Sirven para que el alma se haga humilde. Porque está escrito: Ve mi aflicción y mi penar, quita todos mis pecados (Sal 25, 18). Porque si el alma trabaja en esas cosas, Dios se compadece y la consuela.”



3. Un hermano preguntó a un anciano: “Qué debo hacer, Padre, contra los pensamientos de las pasiones?” Y respondió el anciano: “Ora al Señor para que tus ojos del alma vean el auxilio que viene de Dios, que conserva y rodea al hombre.”



4. Contaban los santos Padres:

“Tres hermanos se contrataron para segar un campo, y después de contratados y de empezar la siega, uno de ellos enfermó y se volvió a su celda. Los otros dos se dijeron: Nuestro hermano está enfermo, estimulémonos un poco, y esperemos que por su oración hagamos el trabajo suyo. Después de segar y de recibir como precio de su salario una cierta medida de trigo, llamaron al otro hermano y le dijeron: Ven, toma la parte de tu contrato. Él dijo: ¿Qué parte tengo yo si no he podido segar? Ellos le contestaron: Gracias a tu oración pudimos realizar tu trabajo y el nuestro, por tanto recibe tu parte. Pero él no quiso recibir nada. Pidieron a un anciano que dictase sentencia. Dijo el hermano enfermo: Fuimos, Padre mío, contratados nosotros tres para segar un campo. Yo caí enfermo y después de un día, volví a mi celda y ahora me obligan a cobrar el precio por un trabajo que no he realizado. Los otros dos respondieron: Escucha Padre: si hubiéramos estado trabajando los tres, con mucho esfuerzo hubiéramos llevado a cabo nuestra labor. Ahora bien, por las oraciones de nuestro hermano, Dios nos ayudó y segamos todo el campo y ahora no quiere cobrar su parte. Al oírlos, el anciano se maravilló muchísimo y dijo: Escuchen la sentencia de la justicia: Expuso las razones de cada una de las partes y todos se admiraron de ellas. Uno que no consentía en recibir nada y los otros que lo obligaban a aceptar. Entonces en presencia de todos, mandó al hermano a aceptar su parte y a que hiciera con ella lo que quisiera. El hermano marchó triste y llorando.



5. Dijo un anciano: “Si vives con otro, sé como una columna de piedra, a la que si se le injuria no se enoja, si se le alaba no se ensalza.”



6. Preguntó un hermano al abad Pemenio:



“Qué significa lo que dijo el Señor: Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos? Y respondió el anciano: Si uno oye una palabra ofensiva de su prójimo y pudiendo contestar del mismo modo, lucha sin embargo en su corazón lo sufre con tristeza, se hace violencia y no le contesta para no contristarle, ese da su vida por el amigo.”





7. También dijo: “Es culpa del monje si ofendido por un hermano o injuriado, no sale a su encuentro con caridad después de limpiar su corazón. Pues la Sunamita no mereció recibir a Eliseo en su casa, hasta que no tuvo pleito con nadie. La Sunamita representa el alma, y Eliseo el Espíritu Santo, así el alma, hasta que no está pura, no merece recibir al Espíritu Santo. Por eso, la ira arraigada, ciega los ojos del corazón y aparta el alma de la oración.”



8. Dijo el abad Macario: Si para el monje el desprecio es alabanza, la pobreza es riqueza; si el pasar hambre es banquetear, no muere nunca. Porque es imposible que el que cree de verdad en Dios y le da culto piadosamente, caiga en la pasión inmunda y en el engaño de los demonios.



9. Dijo un anciano: Ya salgas de la celda, camines, estés en la celda o hagas cualquier otra cosa, si Dios está delante de tus ojos, en ningún momento te podrá atemorizar el enemigo. Si este pensamiento permanece en el hombre, la fuerza de Dios está en él.



10. Un hombre vino a ver a un anacoreta. Este lo recibió con gran caridad y el hermano le dijo al partir: Perdóneme, porque le he apartado de su vida ordinaria. El anciano le respondió: Mi vida ordinaria es, hermano, acoger con paz al que viene y despedirle con caridad.



11. Un hermano preguntó a un anciano: ¿Porqué habiendo prometido Dios bienes al alma en las Sagradas Escrituras, no se aprovecha de ellos sino que se inclina a lo transitorio e inmundo? El anciano respondió: Porque todavía no ha saboreado la dulzura de las cosas celestiales, para buscar a Dios con todo su corazón; por eso se vuelve pronto a las cosas inmundas.



12. Preguntó un hermano al anciano: ¿Por qué se deleita el alma en las pasiones? Respondió el anciano: El alma se deleita en las pasiones, pero el espíritu de Dios es el que contiene al alma. Debemos pues llorar, y esperar que lo malo que hay en nosotros, por nuestra súplica a Dios, que lo puede todo, arranque de nosotros la mala semilla. María, inclinándose sobre el sepulcro lloró y en seguida se le apareció el Señor. Así sucede al alma que ama las lágrimas.



13. El hermano rogó a un anciano: Padre, dime una palabra de salvación. Y respondió: Vete y pide a Dios que te conceda dolor y humildad y considera siempre tus pecados.



14. El abad Moisés dijo: Si no están de acuerdo las obras y la oración, en vano se esfuerza el hombre; cuando uno ora por sí mismo para que se le perdonen los pecados, procure no volverlos a cometer. Cuando uno ha apartado de sí la voluntad de pecar, y camina permanentemente en el temor de Dios, el Señor le recibirá pronto con alegría.



15. Preguntó un hermano a un anciano: ¿Qué debo hacer pues me molestan mis pensamientos? Y respondió: Vete y pregúntales: Díganme qué busco yo o que tengo yo que ver con ustedes? Y tendrás paz. Despréciate y arroja fuera de ti tu voluntad propia, no te angusties y huirán de ti mis pensamientos.



16. El mismo anciano dijo: A la olla ardiente no se acercan las moscas, en cambio a la tibia la llenan por todas partes. Del mismo modo los demonios huyen del monje encendido de divino Espíritu, en cambio se ríen del tibio. Dijo también: Si te persiguen los enemigos, primero huye, en segundo lugar huye, en tercer lugar sé lanza contra ellos, y arrojándote sobre ellos destrúyelos.



17. Un hermano vino a ver al abad Pemenio durante la cuaresma y mientras le consultaba acerca de sus pensamientos le dijo: Dudaba en venir aquí estos días, pues pensaba: Quizá en cuaresma estará retirado. El anciano respondió: No aprendimos a cerrar la puerta de madera, sino más bien la de la lengua.



18. Preguntó un hermano a un anciano: Padre, qué debo hacer? Y respondió: Vete y ama el hacerte violencia a ti mismo, desenvaina la espada y sal a la batalla. Dísele el hermano: No me lo permiten mis pensamientos. Y respondió el anciano: Está escrito: Invócame en el día de la angustia, te libraré y tú me darás gloria (Sal 50, 15). Invoca pues a Dios y El te librará.



19. Preguntó un hermano al abad Antonio: ¿Qué significa que el hombre no debe tenerse en nada? Y respondió: Es igual que tenerse por jumentos irracionales, por aquello de que no tienen discernimientos, como está escrito: Soy como un jumento delante de ti, y estoy siempre contigo (Sal 72).



20. Preguntó el abad Pambo al abad Antonio: ¿Qué debo hacer mientras estoy en a celda? Y contestó: No confíes en el mérito de tu propia justicia, no pienses en cosas pasajeras y guarda la lengua y el vientre.



21. Preguntó un hermano a un anciano: ¿Crees que es bueno el ser estimado ante los hombres? Y respondió: Estas estimas no tienen valor. Por eso no quieras ser estimado por tu hermano, sino huye lo más posible de ello.



22. Preguntó un hermano a un anciano: ¿Qué es la humildad? Y respondió: La humildad perfecta consiste en hacer bien al que te hace mal. Dísele el hermano: Y si uno no puede llegar a tanta altura como para hacer eso? Respondió: Que huya y se quede en paz.



23. Preguntó un hermano a un anciano: ¿En qué está el adelantamiento del monje? Y respondió el anciano: En la humildad. Porque cuanto uno más se abaja en la humildad, tanto más sube.



24. Preguntó un hermano a un anciano: ¿Cómo puede al alma alcanzar la humildad? Y respondió: Si examina siempre sus faltas.



25. Dijo un anciano: Lo que el hombre no aprendió y él mismo no lo cumple, ¿cómo lo podrá enseñar a su prójimo? Por tanto, sean siempre humildes para aprender.



26. Decía un anciano: La virtud del monje consiste en acusarse a sí mismo en todo tiempo.



27. Decía un monje: El trabajo del monje consiste en tener siempre a raya sus pensamientos.



28. Decía un anciano: No te valores a ti mismo, sino acepta el juicio del prudente.



29. Dijo un anciano: Toda ocasión que el hombre no aparta de sí, termina por envolverle en ella.



30. Decía un anciano: Todo sufrimiento que acaece a un hombre es una victoria para él.



31. Decía un anciano: Conviene que el monje sea animoso en sus cosas para que sea salvo.



32. Un anciano dijo: Si ves u oyes algo, no lo des a conocer a tu hermano, porque son alimento de luchas.



33. Decía un anciano: La caridad, el silencio y la meditación interior purifican.



34. Decía un anciano: ¿Para qué sirve edificar la casa ajena y destruir la propia?



35. Un anciano dijo: Existe un muro de hierro y piedra entre Dios y la voluntad propia de cada hombre. Si el hombre domina su amor propio, puede decir con verdad: Con mi Dios escalo la muralla (Sal 18, 30).



36. Dijo un anciano: Abandonamos el camino recto y luminoso para caminar por uno espinoso y tenebroso. Es decir: nos olvidamos de llorar por nosotros mismos y por nuestros pecados, para fijarnos siempre en las negligencias de nuestros hermanos.



37. Decía un anciano: No es monje el que habla mal de otro; no es monje el que devuelve mal por mal; no es monje el iracundo; no es monje el ambicioso o soberbio o avaro u orgulloso o charlatán. El verdadero es humilde y pacífico rebosa de caridad y lleva siempre en su corazón el temor de Dios.



38. Dijo un anciano: No condenes a tu hermano. No sabes si el Espíritu Santo está en tí o en él.

39. Un anciano dijo: La humildad, castidad y temor de Dios, superan a todas las demás virtudes.

40. Dijo un anciano: Todo lo que hace el hombre, sea de pensamiento o de obra, desde lo más pequeño hasta lo más grande, todo se anota en su cuenta.



41. Un anciano dijo: La humildad no es un lujo, sino el condimento de todo lo suntuoso.

42. Decía un anciano: Humillarse y despreciarse a sí mismo, es una defensa para el monje.



43. Dijo un anciano: El que quiere edificar una casa, se procura lo necesario para poder terminarla. También el monje conviene que tenga sumo empeño para que pueda consumar la obra de Dios.



44. Un anciano dijo: Dichoso el que padece con acción de gracias.

45. Decía un anciano: No hay mayor virtud que el no despreciar a nadie.



46. Dijo un monje: El hacerse violencia en todo, es el camino de Dios y el trabajo del monje.

47. Dijo un anciano: Es imposible que el hombre avance en una sola virtud sin la guarda de la lengua, porque la primera virtud es custodiar la lengua.



48. Decía un anciano: Hay tres cosas importantes: el temor del Dios, la oración asidua y el hacer bien al prójimo.

49. Dijo un anciano: Pacta contigo el no hacer nunca mal a nadie, sino tener tu corazón puro para todo hombre.



50. Preguntó el abad Moisés al abad Silvano: ¿Puede el hombre volver a empezar cada día? Y respondió:

“Si es trabajador puede volver a empezar cada día. Porque conviene que cada uno adquiera un poco de todas las virtudes.

Cada día al levantarse por la mañana, empieza a trabajar en toda virtud y en todo mandamiento de Dios. Con gran paciencia y longanimidad, con temor y amor de Dios, con gran aguante, en la tribulación y en la permanencia en la celda, en la oración y en la súplica, con gemidos, con pureza de corazón y de la vista, en el combate de la cruz, es decir en los tormentos y en la pobreza de espíritu, en la continencia espiritual y dificultades de la lucha, en la penitencia y el llanto, en la sencillez de alma y en el silencio, en el ayuno y vigilias nocturnas, en el trabajo manual que enseña el apóstol san Pablo cuando dice: Trabajo y fatiga, noches sin dormir, muchas veces, hambre y sed, muchos días sin comer, frío y desnudez ( 2 Cor 11, 27).



Se cumplidor de la palabra, no sólo oyente, trabajando para duplicar el talento, vistiendo la vestidura nupcial, asentado sobre roca firme y no sobre arena (St 1, 22 ).



Que no te abandonen la fe y la limosna, pensando todos los días que la muerte está próxima y que estás encerrado en el sepulcro sin cuidarte nada de este mundo.



No se aparte de tí la abstinencia en el comer, la humildad y el llanto y permanezca en tí a todos horas el temor de Dios.

Porque escrito está: Señor, por temor a tí, recibimos en el seno y con dolor engendramos el espíritu de salvación.

Todo esto y si existe alguna otra virtud, busca en todas tus cosas, no te compares con los grandes, sino considérate inferior a toda criatura, es decir, peor que cualquier hombre, aunque sea pecador.

Sé discreto, juzgándote a ti mismo y sin juzgar al prójimo, no mires los delitos ajenos, sino llora tus propios pecados, y no te preocupes de las obras de ningún hombre.



Sé manso de corazón y no iracundo.

No pienses nunca mal de nadie en tu corazón, ni tengas enemistades y odios contra el que sin causa es enemigo tuyo, sin airarte por su enemistad, sin despreciarlo en su angustia y tribulación, sin devolver mal por mal, sino siendo pacíficos con todos. Esta es la obra de Dios.



No te fíes del que obra mal, ni te alegres con el mal del prójimo. No critiques a nadie, porque Dios sabe todo y ve a cada uno.

No creas al que murmura, ni te alegres con su maledicencia. No odies a nadie por causa de su pecado, pues escrito está: No juzguéis para que no seáis juzgados ( Mt 7, 1 ).



No desprecies al pecador sino ora por él, porque poderoso es Dios. Y si oyes de uno que obra mal, contesta: ¿Acaso soy yo juez,? Soy hombre pecador, muerto por mis pecados y llorando mis males propios.

El muerto no tiene que juzgar a nadie.

El que piensa y procura cumplir todo esto es obrador de toda justicia bajo la gracia y la fuerza de nuestro Señor.

51. Estos son los siete consejos que dio e abad Moisés al abad Pemenio, los cuales si uno en un cenobio, y en la soledad, en el mismo siglo, se pone a cumplirlos, podrá ser salvo:



1. En primer lugar como está escrito, el hombre debe amar a Dios con todo su corazón y toda su mente.

2. El hombre debe amar a su prójimo como a sí mismo.

3. El hombre debe abstenerse de todo mal.

4. El hombre no debe juzgar a su hermano en ningún caso.

5. El hombre no debe hacer mal a otro.

6. El hombre, antes de salir del cuerpo debe limpiarse de toda mancha del cuerpo y del espíritu.

7. Debe el hombre tener siempre un corazón contrito y humillado. Lo cual puede cumplir el que siempre considera sus pecados y no los del prójimo, con la ayuda de la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.



1. Dijo un anciano a otro que tenía gran caridad y acogía a muchos, tanto monjes como seglares: “La lámpara alumbra a muchos, sin embargo lo queda calor es el rostro.



2. Dijo uno de los Padres: “Hay personas que comen mucho y se quedan con hambre, y se aguantan. Otros comen poco y se quedan saciados. El que come mucho y se queda con hambre y se domina, tiene mayor mérito que el que come poco y se sacia.”



3. Dijo un anciano: “No comas siempre lo que desear. Come lo que te sea ofrecido por el Señor, y dale gracias.”



4. Decía un anciano: “No encontramos escrito de aquel pobre Lázaro que practicase alguna virtud; sólo esto, que nunca murmuró contra el rico aunque no tuviese misericordia de él. Pero llevó su pobreza con acción de gracias y por ello fue recibido en el seno de Abrahán.”



5. Unos hermanos vinieron a visitar al abad Antonio y le pedía unas palabras para su salvación. El les dijo: “Han escuchado las Escrituras y saben lo que les basta por el mismo Cristo.” Pero ellos insistían en que se signase decirles alguna cosa. Entonces les dijo: “El Evangelio dice: “Al que te abofetee en la mejilla derecha, preséntale también la otra” (Mt 5, 39).” Pero ellos dijeron que no podían hacer aquello. El anciano respondió: “No pueden presentar la otra,? Pues si él quiere volver a herirlos en la misma, déjenlo.” Pero como reconociesen que tampoco esta lo podían hacer, les dijo el anciano: “Pues si no pueden con esto, no devuelvan ningún mal por lo que han recibido.” Y como repitiesen lo mismo de antes, dijo el abad Antonio a su discípulo: “Vete, prepárales la comida, porque ya ves que están enfermos.” Y añadió: “Si esto no pueden y lo otro no lo quieren, ¿para qué me preguntan? Por lo que veo les es muy necesaria la oración para que curen sus enfermedades.”



DEL DEVOLVER BIEN POR MAL



1. Un hermano fue injuriado por otro y acudió al abad Sisoés. Le explicó la clase de ofensa y añadió: “Deseo vengarme.” Pero al anciano le rogaba que dejase a Dios la venganza. Pero él insistía: “No descansaré hasta que me haya vengado.” El abad le dijo: “Aunque ya veo que estás decidido, hagamos oración.” Empezó con estas palabras: “Dios, ya no tenemos necesidad de tí, pues nosotros mismos, como dice este hermano, queremos y podemos vengarnos.” Al oír esto el hermano, se echó a los pies del anciano, pidiendo perdón y prometiendo que en adelante nunca discutiría con aquel con quien se había enojado.



2. Un hermano fue injuriado por otro y se lo contó a un anciano. Este le dijo: “di a tu pensamiento que el hermano no quiso injuriarte sino que fueron tus pecados los que le empujaron a ello. Porque en toda tentación que te venga, no culpes a nadie, sino limítate a decir: “A causa de mis pecados me sucede a mí esto.”



3. El abad Poemen repetía con frecuencia: “El mal nunca vence al mal, pues si alguien te hace daño, tú hazle bien, para que por el bien venzas al mal.”



4. Había un hermano que cuanto más le injuriaba o molestaba alguno, más acudía él, diciendo: “Estos son los que nos dan ocasión de alcanzar la perfección. Porque los que nos alaban, nos engañan y socavan las sendas de nuestros pies.



5. Había un anciano tal, que si alguien le criticaba, corría, si vivía cerca, a recompensarle personalmente; si vivía lejos le enviaba un regalo.



NO DEVOLVER EL MAL A LOS ENEMIGOS



1. Un hermano preguntó al abad Sisoés: “Si me atacan los ladrones o los extraños, intentando matarme, si sobrevivo, ¿me aconsejas que los mate?” El le respondió: “No lo hagas, para que no te llamen homicida, sino déjalo todo en manos de Dios. Y todo el mal que te suceda, piensa que te sucede por causa de tus pecados y el bien que consigas adjudícaselo a la divina providencia.”





2. El abad Antonio profetizó del abad Amonio, diciendo: “Tienes que adelantar mucho en el temor de Dios.” Y sacándole de la celda, le mostró una piedra, y le dijo: “Vete e injuria a esa piedra y golpéala continuamente.” Lo hizo así y abad le preguntó si la piedra le había respondido algo. El dijo: “No.” Y Antonio le dijo: “También tu llegarás a esta altura, en que estimes que no se te hace ninguna injuria.”



3. Un hermano preguntó al abad Elías: “Si hago sufrir a alguno, ¿Cómo le daré una satisfacción?” El anciano respondió: “Pídele perdón con dolor desde lo más profundo de tu corazón. Y Dios, el ver tu propósito, le dará una satisfacción.



4. Un hermano preguntó al abad Arsenio: “Si cometo un pecado, aunque sea muy pequeño, y me viene mi pensamiento y me pregunta: Por qué has pecado?, ¿qué debo hacer?” El anciano respondió: “En cualquier momento en que el hombre cae en culpa, si dice de corazón: Señor Dios, he pecado, perdóname, al punto cesará aquella comezón del pensamiento o de la tristeza.”



5. Un hermano preguntaba con frecuencia al abad Sisoés: “ ¿Qué debo hacer, Padre, porque he caído?” El respondió: “Levántate.” Y se lavantaba. Y otra vez volvía a decir que había caído y el anciano repetía: “Levántate de nuevo.” Y como el hermano venía con frecuencia a decir que había caído, el anciano repetía las mismas palabras:



“No dejes de levantarte, hijo mío.” El hermano le dijo: “Dime, Padre, ¿hasta cuando puedo levantarme?. El anciano le dijo: “Hasta que te venga la muerte en una buena obra o en una mala. Porque en la obra en la fueses visitado, en ella serás juzgado.”



6. Dijo también:

“El que trabaja, y estima que ha hecho algo, recibo en ello su premio.”



7. Un anciano vino a visitar a otro y le dijo: “Estoy muerto para este mundo.” A lo que le respondió el otro: “No confíes en ti hasta que no hayas salido de este cuerpo. Porque aunque tú digas: Estoy muerto, el diablo, cuyas malas artes no tienen número, no ha muerto todavía.”



Contra la soberbia: Humildad. Enseñazas.



8. Un anciano dijo:”El que es honrado o alabado de los hombres sufre un gran daño, el que no es honrado por los hombres, recibe la gloria de arriba,”



9. Dijo también: “No es posible que brote al mismo tiempo la hierba y la semilla. Del mismo modo es imposible que gozando de alabanza y gloria mundana demos frutos celestiales.”



10. Un anciano dijo: “Cuanto más se humilla el hombre, tanto más arriba sube, porque así como si la soberbia subiese al cielo sería arrojada al infierno, así también si la humildad bajase al infierno, sería levantada hasta el cielo.”



11. El abad Macario regresaba, al amanecer, a su celda llevando hojas de palmera, y salió a su encuentro el demonio con una hoz muy afilada y quería golpearle, pero no lo conseguía. Y el diablo se puso a gritar: “Me haces sufrir mucho, Macario, pues no consigo hacerte daño a pesar de que te supero en todo lo que tú haces: Tú ayunas de vez en cuando, yo nunca tomo ningún alimento. Tú velas a menudo de noche, a mí nunca me toma el sueño. Pero confieso que me ganas en una cosa.” Y como Macario le preguntase qué cosa era esa, dijo: “Sólo tu





12. humildad me vence.” Dicho esto por el enemigo, Macario levantó sus brazos en oración y el espíritu inmundo se desvaneció en el aire.



13. Uno de los Padres, decía: “Toda obra sin humildad es vana. La humildad es el precursor de la caridad. Como Juan era el precursor de Jesús, llevando a todos a El, así también la humildad lleva a la caridad, esto es al mismo Dios, porque Dios es caridad.”



14. Un hermano preguntó a un anciano: “Qué es la humildad? Y el anciano respondió: “Es el árbol de la vida que crece hacia lo alto.”



15. Y dijo: “La tierra en la que dijo Dios que le ofreciésemos sacrificios es la humildad.”



16. De nuevo le preguntaron: ¿Cómo puede el alma alcanzar la humildad?” Y respondió: “Tan sólo si el hombre considera sus malas obras.” Decía también: “La perfección del hombre es la humildad.”



17. Matoés dijo: “La humildad ni se encoleriza ni permite que otros se encolericen.”



18. También dijo: “Humildad es, que si alguna vez te ofende tu hermano, antes de que se arrepienta, le perdones.”



19. El beato Antonio, decía a menudo: “Si el molinero no cubriese los ojos del animal que recibe la molienda, este se la comería; del mismo modo nosotros, por disposición de Dios, recibimos un velo, para que no podamos contemplar el bien que hacemos, no sea que podamos ensalzarnos y perdamos el premio propio.



Pues cuando caemos en pensamientos sucios, es preciso atender sólo a eso, para que nos condenemos a nosotros mismos y a nuestra propia opinión, y lo que hay de sórdido en nosotros oscurezca aquello poco bueno que hay en nuestras buenas obras.



Nunca es el hombre bueno aunque desee serlo, si Dios no vive en él, porque “nadie es bueno sino sólo Dios” (Lc 18, 19). Conviene pues que nosotros nos acusemos siempre con verdad. Porque cuando uno no se reprende a sí mismo, pierde su premio.



20. Dijo al abad Poemen: “Esta es la única justicia del hombre, que siempre se reprenda a sí mismo. Pues cuando condena sus pecados entonces es justificado.”



21. Un hermano dijo a un anciano: “Mi pensamiento me dice que soy bueno.” Respondió el anciano: “El que no ve su pecado siempre se cree que es bueno; el que los ve, sus pensamientos no pueden convencerle de que sea bueno. Sabe porque ve. Es preciso pues trabajar para que cada uno se examine a sí mismo, pues la negligencia, la pereza y la relajación ciegan los ojos de nuestro corazón.”





22. Decía uno de los Padres: “No hagas aquello que aborreces. Si odias al que habla mal de ti, tampoco hables tú mal de él. Si odias al que te calumnia, no calumnies tú tampoco a nadie. Si odias al que te desprecia, o te injuria, o te quita lo que es tuyo, o hace algo semejante, no hagas nada de esto a nadie. El que puede cumplir esta palabras, le basta para la salvación.”



23. Un hombre preguntó al abad Poemen: “ ¿Qué es la fe?” y el anciano respondió: “Vivir siempre en caridad y humildad y hacer bien a su prójimo.”





24. El abad Apolo, se algún hermano le pedía ayuda en su ocupación o trabajo, al punto acudía, lleno de alegría, diciendo: “Hoy voy a trabajar con mi rey Cristo en favor de mi alma. Este es el premio que el alma valora.”



25. Un anacoreta vivía junto a un cenobio practicando muchas virtudes. Vinieron a visitarle algunos monjes del cenobio y le obligaron a comer a la hora distinta de la acostumbrada. Y luego le dijeron los hermanos: “ ¿Te has entristecido algo, Padre, porque has obrado contra tu costumbre?” Y él les respondió: “Yo sólo me aflijo cuando hago mi propia voluntad.”



El mérito de la Caridad hacia el enfermo




1. Un hermano preguntó a un anciano: “Si dos hermanos viven en la misma celda y uno ayuna los seis días de la semana y el otro cuida a un enfermo, ¿cuál de las dos ofrendas es mayor ante Dios? Respondió el anciano: “Aunque el que ayuna se colgase de las narices, no sería semejante al otro en la presencia de Dios.”



2. Juan el enano de Tebas, discípulo del abad Amón, cuidó durante doce años a un mismo enfermo. Pero el anciano cuando lo veía trabajar, nunca le dirigió una palabra amable ni agradable. Cuando estaba a punto de morir, y lo rodeaban otros ancianos, lo tomó de la mano y dijo tres veces: “Dios te guarde, Dios te guarde, Dios te guarde.” Y lo entregó a los ancianos, diciendo: “Este no es un hombre, sino un ángel, que habiéndome cuidado tantos años como he estado enfermo, y no habiendo escuchado ni una sola palabra amable, mi cuidó con admirable paciencia.



3. Acudieron al abad Antonio hermanos que tenían enfermedades o necesidades, entre ellos Eulogio, el monje alejandrino. Era eminente en letras y cautivado por el deseo de inmortalidad renunció al mundo pero no pudiendo vivir en el monasterio un día recogió a un pobre enfermo de lepra de la plaza pública ya sin pies ni manos, y se convirtió en su esclavo y el enfermo sería su señor.



Hizo al Señor un pacto después de una oración: En tu nombre acojo a este hombre maltratado en su salud para que por él pueda salvarme. Ayúdame Jesús y dame paciencia en este servicio.

Trajo un asno y lo llevó con grande gozo del enfermo.



Con sus propias manos cuidaba de sus llagas, le daba las medicinas, el baño y la alimentación. Después de 15 años el demonio sembró la maldad en el enfermo y comenzó a insultar con ira a su gran servidor. Eulogio le decía. Cálmate, dime que quieres. Y a todo accedió pero era inútil tenerlo bien. Quiso dejarlo pero antes fue a visitar y consultar al gran Antonio y después de un difícil viajo logró llegar hasta él. Antonio lo recibió saludándolo con su nombre propio pero quiso que le contara toda la historia para ser escuchada de todos los hermanos. El abad Antonio le dijo: “Tú, Eulogio, ¿le arrojas de tu lado? Pero aquel que sabe haber sido creado por El no lo arroja de sí. ¿Le arrojarás? Encontrará Dios y elegirá uno mejor que tú que recoja al desvalido.” Eulogio aterrorizado ante estas palabras, se calló.



Antonio, dejando a un lado a Eulogio, empezó a flagelar con sus palabras y gran voz al enfermo: “Leproso, cieno y hórrido barro, que no mereces ni el cielo ni la tierra, ¿por qué no dejas de injuriar a Dios? ¿No sabes que el que te sirve es Cristo?. ¿Cómo te has atrevido a decir tales cosas contra Cristo? Pues por Cristo aceptó ese servicio y esas atenciones, éste mismo al que has herido con palabras tan mordaces.”



Al final les dijo: “Ninguno de ustedes se marche a otra parte, no se separen sino que vuelvan en paz a la celda, en la que han vivido tanto tiempo, dejando a un lado la tristeza. Esta tentación del



demonio les ha venido porque han llegado al final y el ángel al llegar no les encontrará juntos y se pueden quedar sin la corona.



Se volvieron muy contentos y a los 40 días murió Eulogio y a los días el enfermo.



4. Un venerable anciano le dijo a su discípulo que estaba enfermo: “No te entristezcas hijo, por la enfermedad o herida de tu cuerpo. Lo más sublime de la religión consiste en dar gracias a Dios en la enfermedad. Si eres hierro, por el fuego pierdes la herrumbre; si eres oro, puesto a



5. prueba en el fuego, irás de cosas grandes a cosas aún más altas. No te angusties pues, hermano, porque si Dios quiere atormentarse en el cuerpo, ¿quién eres tú para resistir a tu voluntad o llevarla con disgusto?. Aguanta, pues, pide a Dios te conceda lo que él quiere.”



6. Un anciano que sufría enfermedades con frecuencia y languidecía en su lecho, tuvo un año en el que no padeció enfermedad alguna, y por eso sufría y lloraba amargamente, diciendo: “Me has abandonado, Señor, y no has querido visitarme este año.”



7. Un hermano preguntó al abad Poemen: ¿Qué es la penitencia?” y el anciano le respondió: “La penitencia de los pecados es no volver a pecar. Porque en el hombre, hasta su último aliento, clama esta voz: “Convertíos hoy, no venga la muerte repentina como un ladrón.”



8. Dijo Poemen: “Todas las virtudes han entrado a mi alma excepto una, y los hermanos le preguntaron: ¿Qué virtud es esa? Que el hombre se reprenda siempre a si mismo.



DEL TEMOR DE DIOS



1. El abad Piemón, preguntado por un hermano, cómo el alma se resiste y no quiere temer a Dios, contestó: “El alma quiere temer a Dios, pero todavía no es tiempo: El temor del Señor es la suma perfección.”



2. Un hermano preguntó a un anciano: “ ¿Cómo viene al alma el temor de Dios? Y dijo el anciano: “Si uno posee de antemano la humildad para no juzgar o condenar a nadie, o es muy generoso en limosnas y no posee nada, entonces viene el temor de Dios al alma.”



3. Dijo un anciano: “El temor, la humildad y la carencia de vituallas estén contigo.”



4. Un hermano preguntó a un anciano: “ ¿De dónde viene, Padre, el que mi corazón sea duro y no tema a Dios? Díjole el anciano: “Pienso que si el hombre se reprende y condena a sí mismo en su corazón, obtendrá el temor de Dios.” Dísele el hermano: ¿Qué es la reprensión? Contesta el anciano: “Que en todo el alma se reprenda diciéndose a sí misma: “Acuérdate de que tienes que encontrarte con Dios.” Dísele el hermano: “Qué tiene esto que ver con el hombre?” “Pienso que si uno se mantiene así vendrá a él el temor de Dios.”



5. Un hermano vino al abad Poemen y le contó lo mucho que estaba sufriendo. Dísele el anciano: “Huye de ese lugar, todo lo que puedas caminar durante tres días y tres noches y ayuna hasta la noche un año entero.” Dísele el hermano: “Si muero antes que finalice el año, ¿qué será de mí?. Dísele el abad Poemen: “Confío en que Dios, si partes de aquí con el propósito de hacer esto, aunque mueras enseguida tu penitencia será bien recibido por Dios por tu buen deseo.”



6. El bienaventurado Antonio, aconsejaba a su discípulo: “Aborrece tu apetito y las cosas de este mundo, los malos deseos y los honores como si no estuvieses en este mundo. Y tendrás paz.”





7. Dijo el anciano: “ ¿De qué sirve empezar una obra de arte si no se llega a concluirla?- Nada vale lo que se empieza y no se lleva a término.”



8. Un anciano dijo: “Que el hombre se esfuerce hasta que posea a Cristo. El que lo haya alcanzado una vez, ya no tiene peligro. Santifícate en el trabajo, y acuérdate del esfuerzo que te supuso, para que vigilándote a ti mismo, no pierdas tantos sacrificios. Pues por eso Dios condujo a los hijos de Israel durante 40 años por el desierto, para que acordándose de las tribulaciones del camino no quisieran volver atrás.”



9. Un hermano preguntó a un anciano: “ ¿Cómo les va a los que piden perdón de sus pecados?. Respondió el anciano:



“Antes de que venga sobre ellos la gracia que obre de acuerdo con el esfuerzo realizado por ellos, tienen que esforzarse. Aquellos que gracias a su penitencia anterior ya han recibido la gracia de Cristo, florecen y sus almas se alegran, su rostro luce como el sol cuando no hay nubes y brilla.



Cuando una nube cubre el sol, se obscurece. Así también al alma cuando la obscurecen las pasiones y las tentaciones. La que ha sido purificada por la gracia de Dios, brilla como está escrito: “Gran gloria le da tu salvación” (Sal 21, 6).



10. Preguntó uno al abad Poemen acerca de la dureza del corazón, y respondió el anciano: “El natural del agua es blando y el de la piedra duro: pero si el agua gotea seguido sobre la piedad, goteando la perfora.



el mismo modo la Palabra de Dios es suave y blanda, y nuestro corazón duro. Por eso el hombre que oye o medita a menudo la Palabra de Dios, da lugar a que el temor de Dios penetre en él.”



EL SILENCIO



1. El bienaventurado Antonio, solía decir a su discípulo: “Si deseas el silencio no pienses que practicas una virtud, sino reconócete indigno de hablar.”



2. Un hermano dijo al abad Sisoés: “Quiero salvar mi alma.” Y el anciano respondió: “Cómo podremos salvar nuestra alma, si nuestra lengua le abre la puerta para que se lance fuera.”



3. Un hermano preguntó a un anciano: “ ¿Hasta cuando hay que guardar silencio?. Respondió el anciano: “Hasta que seas interrogado. En todo lugar donde estés, si estás callado, tendrás paz.”



4. Dijo un anciano: “El peregrinar es callar.”







5. Dijo un anciano: “El peregrinar por amor de Dios es cosa buena si se guarda silencio, porque las confidencias no son propias del peregrinar.”



6. El abad Ampo decía: “Así como la abeja donde quiera que va fabrica miel, así también el monje donde quiera que vaya, si va por Dios, puede llevar la dulzura a los demás.”



7. El abad Marco, preguntó, en cierta ocasión al abad Arsenio, por qué huía de los hombres. El respondió: “Dios sabe que amo a los hombres, pero no puedo estar a la vez con Dios y con los hombres. Las multitudes angélicas y las Virtudes tienen un solo querer, los hombres tienen muchas y variadas voluntades y por eso no puedo dejar a Dios y estar con los hombres.”



8. El abad Moisés solía decir a los solitarios: “Cuatro son las cosas más importantes de la observancia regular, a saber: callar, guardar los mandamientos de Dios, humillarse a sí mismo y estrechez en la pobreza. Tres son también las virtudes que el hombre difícilmente posee, el llorar siempre, el recordar siempre sus pecados y el poner en todo momento ante sus ojos su propia muerte.



9. Un hermano preguntó al abad Pemen: ¿Quienes son los hermanos que alcanzar el mismo mérito?” El anciano respondió: “Si están tres juntos, uno de ellos libre de toda ocupación y orando en silencio, otro enfermo y dando gracias a Dios y el tercero sirviendo a los otros dos con pureza de conciencia, los tres tienen el mismo mérito.”



10. El bienaventurado Macario, dijo: “Si para el monje el desprecio es como si fuese alabanza, la pobreza como si fuese riqueza, la escasez como un banquete, nunca muere. Es imposible que el que cree de veras en Dios y le da culto con piedad, caiga en la pasión inmunda o en los engaños del demonio.”



11. Un hermano, todavía adolescente, preguntó al abad Agatón: “Quiero quedarme con los hermanos; dime, ¿cómo tengo que vivir con ellos?” Respondió el anciano:



“Guarda ante todas las cosas esto, que tal como te portes con ellos el primer día, del mismo modo te portes todo el tiempo y con paz llevarás a buen término tu peregrinación.

Cuida pues de no adquirir licencia en el hablar, como dice el apóstol: “Nadie que se dedica a la milicia se enreda en los negocios de la vida.” ( 2 FIM 2, 4 ).

2 comentarios:

  1. Es imposible no encontrar paz y serenidad en el espíritu leyendo cada frase que nos ofreces.
    Imposible no anhelar convertirlas en oración para interiorizarlas. Gracias

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  2. “…hay una elocuencia del silencio que penetra mucho mejor de lo que el lenguaje podría hacer…”. Blas Pascal, Pensamientos, Buenos Aires, Editorial Hys pamérica, 1984, IV, Pág. 293

    Jesús permanecía en silencio (Mt26, 63)

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