miércoles, 11 de enero de 2012

Elogio a la vida solitaria




Carta de San Bruno A Raúl le Verd: Preboste del capítulo de Reims


Al venerable señor Raúl, preboste de Reims, envía Bruno sus saludos, con un espíritu de caridad muy puro.



Brilla en ti la fidelidad a una antigua e inquebrantable amistad, tanto más admirable y digna de elogios cuanto más rara es encontrarla entre los hombres. A pesar de la distancia y el tiempo que han separado nuestros cuerpos, jamás tu afecto se ha separado de su amigo. Lo atestigua la extrema amabilidad de tus cartas en las que me repites lo entrañable de tu amistad, los numerosos favores que me has prestado a mí y al hermano Bernardo por mi causa, y otras muchas atenciones. Mi agradecimiento no está, por cierto a la altura de lo que tú mereces, pero brota de la fuente límpida del amor, en pago a tanta bondad.



Un viajero, bastante de fiar en otras ocasiones, salió hace tiempo de aquí llevando una carta que a ti yo te dirigía. Como no ha regresado, me parece justo enviar a uno de los nuestros para que ponga al corriente a tu caridad de mi existencia. Por escrito no me sería posible explicarlo extensamente; de viva voz, él lo hará con todo detalle.



Sepa tu dignidad -y sin duda no te será indiferente- que la salud de mi cuerpo es buena (ojalá lo fuera también la del alma), y que lo concerniente a los asuntos exteriores va todo bien. Pero, en verdad, estoy esperando con insistente oración, un gesto de la divina misericordia que sane mis miserias interiores y colme mi anhelo.



Estoy en Calabria con otros hermanos, hombres religiosos, algunos muy cultos, que montan fielmente una guardia santa, esperando el regreso de su Señor para abrirle apenas llame. Vivo en un desierto, alejado de poblado por todas partes. ¿Cómo hablar de modo adecuado de su encanto, de su aire sano y templado, de la vasta y graciosa llanura que se extiende ente los montes, con sus verdes prados y sus pastos en flor? ¿Quién se atrevería a describir la perspectiva de las colinas que se elevan suavemente por doquier, el retiro de los valles umbríos donde abundan ríos, arroyos y manantiales? Sin contar las huertas de regadío y los vergeles de variados árboles.



Mas, ¿por qué detenerme en estas cosas? Otros son los placeres del sabio, infinitamente más agradables y útiles, porque divinos. Sin embargo, cuando el rigor de la disciplina regular y los ejercicios espirituales fatigan al frágil espíritu, éste suele encontrar solaz y descanso en tales deleites. En efecto, el arco siempre tenso, pierde su fuerza y ya no sirve más.



Cuánta utilidad y gozo divinos aportan la soledad y silencio del desierto a sus enamorados, sólo lo saben quienes lo han saboreado.



Aquí los hombres ardientes pueden, siempre que lo desean, entrar y permanecer en su interior; hacer germinar vigorosamente las virtudes y alimentarse con fruición de los frutos del paraíso.



Aquí se busca activamente aquel ojo cuya límpida mirada hiere al Esposo de amor, el amor puro y transparente que ve a Dios.



Aquí nos acucia un descanso muy ocupado y nos inmovilizamos en una tranquila actividad.



Aquí, por el esfuerzo del combate, concede Dios a sus atletas la esperada recompensa: la paz que el mundo ignora y el gozo en el Espíritu Santo.



Esta es la bella Raquel, tan graciosa, preferida de Jacob aunque le diera menos hijos que Lía, más fecunda pero de ojos apagados. En efecto, los hijos de la contemplación son menos numerosos que los de la acción; pero José y Benjamín son preferidos por su padre a todos sus hermanos.



Esta es la mejor parte escogida por María y que no le será quitada. Esta es la hermosa Sunamita, única doncella elegida en todo Israel, para estrechar en su seno y dar calor al anciano David.



Y tú, hermano mío queridísimo, ¡ojalá la ames sobre todas las cosas, para que prendido en sus abrazos ardas de amor divino! Si naciera en tu alma el cariño por ella, pronto te hastiaría esa seductora y mentirosa halagadora que es la gloria del mundo, rechazarías sin esfuerzo las riquezas cargadas de abrumadoras preocupaciones para el espíritu, y te repugnarían los placeres, tan nocivos al cuerpo como al alma.



Tu prudencia no te permite ignorar quién es el que dijo: "Quien ama al mundo y todo lo que hay en el mundo -es decir, el placer de la carne, los ojos insaciables y la ambición- no lleva dentro el amor del Padre". Y también: "Quien es amigo del mundo, se convierte en enemigo de Dios". Entonces, ¿existe peor desorden, comparable manifestación de un espíritu desviado y degenerado, actitud más funesta y lamentable que erigirse contra aquél cuyo poder es irresistible o cuya justicia se cumple inexorablemente, pretendiendo declararle guerra? ¿Somos acaso más fuertes que Él? Hoy su bondad nos invita, sin desalentarse, a la penitencia, pero ¿quiere eso decir que no acabará por castigar la injuria que cometemos al despreciarle? ¿Hay algo más contrario y más opuesto a la razón, a la justicia y a la misma naturaleza, que amar más a la criatura que al Creador, que buscar los bienes pasajeros más que los eternos, las cosas de la tierra más que las del cielo?



¿Qué hacer entonces, carísimo? ¿Qué hacer sino creer los consejos divinos, creer a la Verdad que no puede engañar? Ella da esta advertencia a todos: "Venid a mí todos los que andáis cargados y agobiados y yo os aliviaré". ¿Y no es una carga terrible e inútil estar atormentado por sus deseos, verse sin cesar maltrecho por las preocupaciones y angustias, por el temor y dolor que engendran tales deseos? ¿Hay carga más abrumadora que aquella cuyo peso, con la mayor injusticia, precipita al alma de la cima de su sublime dignidad hasta lo hondo de la sima? Huye, hermano mío, huye pues de estas turbaciones e inquietudes y pasa de la tempestad de este mundo al reposo y a la seguridad del puerto.



Conocido es de tu prudencia lo que la misma Sabiduría nos dice: "Quien no renuncia a cuanto posee, no puede ser discípulo mío". Cuán hermoso, útil y agradable es frecuentar su escuela, bajo la dirección del Espíritu Santo, para aprender la divina filosofía, única a hacernos verdaderamente felices, ¿quién no lo ve?



Para ti, pues, es de la mayor importancia examinar tu situación con la máxima discreción y prudencia. Y si el amor de Dios no te atrae, si el atractivo de tales recompensas no te conmueve, déjate al menos obligar por el temor de un castigo ineludible.



Bien sabes qué compromiso te ata, y a quién. Poderoso y temible es aquél a quien has hecho voto de entregarte como ofrenda agradable a sus ojos: no tienes derecho a faltarle a la palabra dada, y ni siquiera a ti te interesa hacerlo, pues no soporta que, impunemente, se burlen de Él.



Acuérdate, amigo mío querido: nos hallábamos un día los dos, junto con Fulcuyo el Tuerto, en el jardincillo contiguo a la casa de Adam, en la que por entonces me hospedaba. Los placeres engañosos, las riquezas perecederas de este mundo y las alegrías de la gloria sin término, me parece que ocuparon un rato la conversación. Entonces, inflamados de amor divino, prometimos e hicimos voto de abandonar sin tardanza el siglo fugitivo, para ir en búsqueda de las realidades eternas y recibir el hábito monástico. Todo lo hubiéramos cumplido rápidamente si Fulcuyo no hubiera marchado entonces a Roma; dejamos ejecutarlo a su regreso. Se retrasó, intervinieron otros motivos; se enfriaron los ánimos; el fervor se disipó.



¿Qué hacer entonces, carísimo, sino librarte cuanto antes de tal deuda, si no quieres incurrir en la cólera del Todopoderoso y por lo mismo en atroces suplicios, en castigo a esa tan grave y prolongada falta de palabra?¿Qué poderoso de este mundo dejaría impunemente a uno de sus súbditos defraudarle un don que le hubiera prometido, sobre todo si lo considera de valor excepcional ? Por tanto, presta atención no a mis palabras sino a las del profeta, o mejor dicho a las del Espíritu Santo: "Haced votos al Señor vuestro Dios y cumplirlos, todos los que a su alrededor traéis ofrendas: Él infunde terror, Él deja sin aliento a los príncipes, Él infunde terror a los reyes del orbe". Oyes al Señor, oyes a tu Dios, oyes a aquél que infunde terror, oyes al que infunde terror a los reyes del orbe. ¿A qué viene tal insistencia del Espíritu Santo, si no a urgirte que cumplas el voto que has prometido? ¿Por qué cumplir con pesar, lo que no acarreará ni pérdida ni disminución de tus bienes? Tú serás quién hallarás las máxima ventajas y no aquél a quien entregues lo que le es debido.



No te retengan, pues, las riquezas engañosas incapaces de remediar la miseria, ni el brillo del cargo de preboste que no puede ejercerse sin poner el alma en grave peligro.



Te encuentras ahora constituido administrador de los bienes ajenos y no su propietario. Si los empleas para tu uso personal -no te irriten mis palabras- haces algo tan odioso como injusto. Si el lujo y el fasto te atraen y mantienes un gran tren de vida, ¿no te verás obligado a suplir la escasez de bienes adquiridos honradamente, encontrando el modo de quitar a unos lo que ofrezcas a otros? Y esto no es hacer el bien ni ser generoso, pues no hay nada generoso si no es también justo.



Quisiera que tu dilección se convenciera todavía de otra cosa. Monseñor el Arzobispo pone gran confianza en tus consejos y se apoya gustoso en ellos. Es fácil dar consejos, aunque no todos sean justos o útiles, y la idea de los servicios que le prestas no debe impedirte dar a Dios el amor que le debes. Ese amor, cuanto más justo es, tanto es más útil.



Sí: ¿hay algo más justo y más útil, o mejor dicho, hay algo tan hondamente arraigado y tan plenamente adaptado a la naturaleza humana como amar el bien? ¿Y hay otro ser, fuera de Dios, cuya bondad pueda compararse a la suya? ¿Qué digo: hay otro bien fuera de Dios sólo?



Por eso, ante ese bien cuyo incomparable fulgor, esplendor y hermosura se presienten, el alma santa se abrasa en el fuego del amor: "Con todo mi ser -exclama- tengo sed del Dios fuerte, del Dios vivo; ¿cuándo iré, pues, a ver el rostro de Dios?"

sábado, 7 de enero de 2012

Bebiendo de las fuentes: Sentencias de los Padres del Desierto I




Capítulo I

De la manera de adelantar en la vida espiritual según los Padres 

1 Preguntó uno al abad Antonio: «¿Qué debo hacer para agradar a Dios?» El anciano le respondió: «Guarda esto que te mando: donde quiera  que vayas, ten siempre a Dios ante tus ojos, en todo lo que hagas, busca la aprobación de las Sagradas Escrituras; y donde quiera que mores, no cambies fácilmente de lugar. Guarda estas tres cosas y te salvarás».

2 El abad Pambo preguntó al abad Antonio: «¿Qué debo hacer?». El anciano contestó: «No confíes en tu justicia; no te lamentes del pasado y domina tu lengua y tu gula.

3 Dijo San Gregorio: «De todo bautizado Dios exige tres cosas: una fe recta para el alma, dominio de la lengua; castidad para el cuerpo».

4 El abad Evagrio refiere este dicho de los Padres: «Una comida habitualmenteescasa y mal condimentada, unida a la caridad, lleva muy rápidamente al monje al puerto de la apatheia».

5 Dijo también: «Anunciaron a un monje la muerte de su padre, y el monje dijo al mensajero: "Deja de blasfemar; mi padre es inmortal"».

6 El abad Macario dijo al abad Zacarías: «Dime, ¿cuál es el trabajo del monje?». «¿Y tú, Padre, me preguntas eso?», le respondió.

Y el abad Macario le dijo: «Tengo plena confianza en ti, hijo mío Zacarías,pero hay alguien que me impulsa a interrogarte».

Y contestó Zacarías: «Para mí, Padre, es monje aquel que se hace violencia en todo».

7 Decían del abad Teodoro de Fermo que aventajaba a todos en estos tres principios: no poseer nada, la abstinencia y el huir de los hombres.

8 El abad Juan el Enano dijo: «Me gusta que el hombre posea algo de todas las virtudes.

Por eso, cada día al levantarte, ejercítate en todas las virtudes y guarda con mucha paciencia el mandamiento de Dios, con temor y longanimidad, en el amor de Dios, con esfuerzo de alma y cuerpo y con gran humildad.

Sé constante en la aflicción del corazón y en la observancia, con mucha oración y súplicas, con gemidos, guardando la pureza y los buenos modales en el uso de la lengua y la modestia en el de los ojos.

Sufre con paciencia las injurias sin dar lugar a la ira. Sé pacífico y nodevuelvas mal por mal.

No te fijes en los defectos de los demás, ni te exaltes a ti mismo, antes sal contrario, con mucha humildad sométete a toda criatura, renunciando a todo lo material y a lo que es según la carne, por la mortificación, la lucha, con espíritu humilde, buena voluntad y abstinencia espiritual; con ayuno, paciencia, lágrimas, dureza en la batalla, con discreción de juicio, pureza de alma, percibiendo el bien con paz ytrabajando con tus manos. Vela de noche, soporta el hambre y la sed, el frío y la desnudez, los trabajos.

Enciérrate en un sepulcro como si estuvieses muerto, de manera que a todas las horas sientas que tu muerte está cercana».

9 El abad José de Tebas dijo:«Tres clases de personas son gratas a los ojos de Dios: primero los enfermos que padecen tentaciones y las aceptan con acción de gracias.

En segundo lugar, lo que obran con toda pureza delante de Dios, sin mezcla de nada humano.

En tercer lugar, los que se someten y obedecen a su Padre espiritual renunciando a su propia voluntad».

10 El abad Casiano cuenta del abad Juan que había ocupado altos puestos en su congregación y que había sido ejemplar en su vida. Estaba a punto de morir y marchaba alegremente y de buena gana al encuentro del Señor. Le rodeaban los hermanos y le pidieron que les dejase como herencia una palabra, breve y útil, que les permitiese elevarse a la perfección que se da en Cristo.

Y él dijo gimiendo: «Nunca hice mi propia voluntad, y nunca enseñé  nada a nadie que no hubiese practicado antes yo mismo».

11 Un hermano preguntó a un anciano: «¿Hay algo bueno para que yo lo haga y viva en ello?».

Y el anciano respondió: «Sólo Dios sabe lo que es bueno. Sin embargo, he oído decir que un Padre había preguntado al abad Nisterós el Grande, el amigo del abad Antonio: "¿Cuál es la obra buena para que yo la haga?".

Y él respondió: "¿Acaso no son todas las obras iguales? La Escritura dice: "Abraham ejercitó la hospitalidad, y Dios estaba con él. Elías amaba la hesyquia, y Dios estaba con él. David era humilde y Dios estaba con él".

Por tanto, aquello a lo que veas que tu alma aspira según Dios, hazlo, y guarda tu corazón».

12 El abad Pastor dijo: «La guarda del corazón, el examen de si mismo y el discernimiento, son las tres virtudes que guían al alma».

13 Un hermano preguntó al abad Pastor: «¿Cómo debe vivir un hombre?».

Y el anciano le respondió: «Ahí tienes a Daniel, contra el que no se encontraba otra acusación, más que el culto que daba a su Dios» (cf. Dn, 6, 56).

Dijo también: «La pobreza, la tribulación y la discreción, son las tres obras de la vida solitaria. En efecto, dice la Escritura: "Si estos tres hombres, Noé, Job y Daniel hubiesen estado allí...". (cf. Ez 14,

1420).

Noé representa a los que no poseen nada. Job a los que sufren tribulación. Daniel a los discretos. Si estas tres se encuentran en un hombre, Dios habita en él».

15 El abad Pastor dijo: «Si el hombre odia dos cosas, puede liberarse de este mundo».

Y un hermano preguntó: «¿Qué cosas son esas?».

Y dijo el anciano: «El bienestar y la vanagloria».

16 Se dice que el abad Pambo, en el momento de abandonar esta vida, dijo a los santos varones que le acompañaban:

«Desde que vine a este desierto, construí mi celda y la habité, no recuerdo haber comido mi pan sin haberlo ganado con el trabajo de mis manos, ni de haberme arrepentido de ninguna palabra que haya

dicho hasta este momento. Y sin embargo, me presento ante el Señor como si no hubiese empezado a servir a Dios».

17 El abad Sisoés dijo: «Despréciate a ti mismo, arroja fuera de ti los placeres, libérate de las preocupaciones materiales y encontrarás el descanso».

18 El abad Chamé, a punto de morir, dijo a sus discípulos: «No viváis con herejes, ni os relacionéis con poderosos, ni alarguéis vuestras manos para recibir, sino más bien para dar».


19 Un hermano preguntó a un anciano: «Padre ¿cómo viene al hombre el temor de Dios?».

Y respondió el anciano: «Si el hombre practica la humildad y la pobreza y no juzga a los demás, se apoderará de él el temor de Dios».

20 Un anciano dijo: «Que el temor, la privación de alimento y el penthos moren en ti».

21 Dijo un anciano: «No hagas a otro lo que tú detestas. Si odias al que habla mal de ti, no hables tampoco mal de los demás. Si odias al que te calumnia, no calumnies a los demás. Si odias al que te desprecia, al que te injuria, al que te roba lo tuyo o te hace cualquier otro mal semejante, no hagas nada de esto a tu prójimo. Basta guardar esta palabra para salvarse».

22 Un anciano dijo: «La vida del monje es el trabajo, la obediencia, la meditación, el no juzgar, no criticar, ni murmurar, porque escrito está: "Ama Yahveh a los que el mal detestan". (Sal 96, 10).

La vida del monje consiste en no andar con los pecadores, ni ver con sus ojos el mal, no obrar ni mirar con curiosidad, ni inquirir ni escuchar lo que no le importa. Sus manos no se apoderan de las cosas sino que las reparten. Su corazón no es soberbio, su pensamiento sin malevolencia, su vientresin hartura. En todo obra con discreción. En todo esto consiste el ser monje».

23 Dijo un anciano: «Pide a Dios que ponga en tu corazón la compunción y la humildad.

Ten siempre presentes tus pecados y no juzgues a los demás. Sométete a todos y no tengas familiaridad con mujeres, ni con niños, ni con los herejes. No te fíes de ti mismo, sujeta la lengua y el apetito y prívate del vino.
Y si alguno habla contigo de cualquier cosa, no discutas con él. Si lo que te dice está bien, di: "Bueno". Si está mal, di; "Tú sabrás lo que dices." Y no disputes con él de lo que ha hablado. Y así tu alma tendrá paz».